Pero qué grande es ver que alguien le echa huevos a algo. Hace 5 años empezó una saga depelis de acción que, en un entorno lleno de CGIs imposibles y héroes suprahumanos, apostaba por la sencillez, la contundencia, el realismo y el tratar al epectador como a un adulto. Doug Liman, que después traicionó esa misma premisa con "Mr. & Mrs. Smith", inició una trilogía basada en las novelas de Robert Ludlum con la firme convicción de convertir a Jason Bourne en un icono; Matt Damon mediante, se salió con la suya.
La tercera entrega de la búsqueda de Bourne de su identidad y su pasado tiene menos aspecto de secuela que su antecesora. Si en "El Mito de Bourne" la trama arrancaba por venganza después de un breve periodo de calma, en ésta se empieza como si se siguiera desde el final de la anterior, con Bourne huyendo de la poli de Moscú después de visitar a la hija de uno de sus objetivos para pedirle perdón (toma estilazo). A partir de, digamos, el segundo 12'' de peli, (justo después de que desaparezca el logo de niversal), vamos a toda ostia siguiendo a nuestro prota por media Europa, Tánger y Nueva York en busca de la respuesta definitiva: quién coño me ha metido en ésto. Es tremenda la progresión que ha seguido la saga, pues en cada peli la pregunta apuntaba más arriba y en ningún momento parece que se hayan sacado otra trama de la manga para hacer la secuela; simplemente cada vez Jason tiene más información y recuerda más cosas, y éso le permite buscar más a fondo. En ese sentido, aunque el desarrollo de la trama es algo mecánico (Bourne viaja en busca de una pista, y la consigue in extremis mientras se zafa de quien sea que le persigue en cada escneario), no se tiene la sensación de que han puesto escollos con calzador: en cada secuencia se recopila información vital, una pieza clave del rompecabezas, a la vez que se estrecha el cerco sobre el prota porque inevitablemente se pone al descubierto cada vez que va a buscar algo. Todos los desarrollos son high level, pero la escena de la estación de Waterloo es un Oscar directo al montaje (¿quién es el hijoputa que maneja CINCO puntos de vista diferentes hoy día y consigue que te enteres de todo sin tener que explicártelo?), y la escena de Tánger tiene una de las mejores peleas vistas en pantalla en mucho tiempo (lección de cómo la coreografía se puede usar para hablar de los personajes, que aprendan los Wachowsky).
El realismo y la velocidad siguen presentes. Greengrass, que sólo si le pegara una patada a la cámara ya le saldría un corto decente, no se recrea en planos chulísimos para que veamos lo bien que lucha Matt Damon o lo que se han currado la persecución de coches; aquí lo que cuenta es que tenemos un asesino en el culo y no nos podemos parar a dar vueltecitas y saltitos con dos pistolas y cara de esfuerzo: si el prota salta de una ventana a otra, vamos detrás, pero no ponemos cámara lenta y usamos siete planos para que veamos el salto; saltamos y ya está. Igual estoy cansado de la fórmula Bay, pero a mí esto me emociona más que un contrapicado hiperiluminado e hiperelaborado, qué quieres que te diga.
En cuanto a los actores, se ha dicho que están un poco fríos. Acostumbrados a las muecas de las estrellas y los discursitos de cualquier personajillo, quizá nos cuesta asistir a los ejercicios de desaparación tras los personajes que practican los intérpretes en esta saga (que se ha marcado un reparto conjunto de agárrate los machos: Matt Damon, Franka Potente, Clive Owen, Brian Cox, Chris Cooper, Joan Allen, Julia Stiles, David Strathairn, Scott Glenn, Karl Urban, Albert Finney...). Al margen de Damon, absolutamente sobrenatural en su naturalidad (y no es un personaje fácil de hacer natural, francamente), nadie destaca, pero todo el mundo está impresionante y creíble; gran momento en que Joan Allen da sus razones para ayudar a Bourne: en 6 putas palabras se cierra un arco dramático: toma guionista.
Sí que es verdad que los últimos diez minutos desfallacen un pelín, porque aunque el desenlace es impecable (seco y duro como toda la trilogía), se echa en falta un poco de chicha física, algo de regalo con el "tirador" interpretado por Edgar Ramírez. De todas formas el epílogo, cuando entra la canción de Moby, te deja como te tiene que dejar: sonrisilla cómplice y la sensación de que se ha acabado como tiene que ser: te han hecho disfrutar, te han explicado cosas, y sobre todo, te han tratado como la persona adulta que eres; es la fórmula Bourne. Bienvenidos sean los esquemas si molan tanto como éste.
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