Cuentan los Coen que escribieron esta peli en días alternos a la redacción del guión de "no es país para viejos"; es decir, los lunes, miércoles y viernes le daban al cine negro más seco que la mojama, y los martes, jueves y domingos (los sábados no trabajan, son judíos) se desparramaban con esta historia de aprendices de espía, maridos inseguros, zorras manipuladoras y musculocas de gimnasio que es, de largo, una de sus mejores pelis de los últimos años.
Partiendo de la base de que este par no sabe lo que es hacer una peli realmente mala, y de que hagan lo que hagan siempre se les conoce, hacía tiempo que se esperaba un producto 100% Coen, sin excusas de remake (Ladykillers), encargo (Crueldad Intolerable, su peor película, que aún así borra de un plumazo a cualquier "Apatow-made" que se precie) o adaptación con ganas de cambiar de estilo (su anterior, y estupenda, pero extraña, película). Una cosa que sólo pudiera salir de las mente bífida de los pergeñadores de Lebowsky o Muerte entre las flores. Y aquí está. Y cómo mola.
La empleada de un gimnasio, obsesionada con conseguir dinero para su cirugía estética, se alía con su compañero vigoréxico y bastante memo para chantajear a un ex-agente de la CIA despedido de malos modos, en pleno proceso de divorcio del zorrón de su esposa, a su vez liada con un funcionario del tesoro, ex guardaespaldas, adicto a poner los cuernos a su mujer con las mujeres que conoce a través de una web de contactos. El objeto de chantaje son las memorias del ex-agente, que por una serie de estúpidas circunstancias casi acaban en manos de los rusos. Y todo ello observado, más o menos de cerca, por agentes de la CIA, alertados por el intento de venta del CD a los rusos, que siguen a todo el mundo sin saber muy bien por qué.
Si parece que el párrafo anterior no tiene sentido, es porque no lo tiene. Y éso que el espectador lo ve todo. Si consigue ponerse en la piel del director de operaciones, que recibe la información de boca de su cada ez más confuso subalterno, se partirá de risa con la escena final. Como toda la sala.
La película es una comedia pura, en la que los personajes sufren las más disparatadas situaciones por culpa de sus defectos: estupidez, paranoia, exceso de autoconfianza e incapacidad de controlar los arranques de ira. No hay cosa que hagan que el espectador no piense que no es una buena idea, razón por la cual uno se pregunta cómo va acabar todo ésto, y éso se llama crear personajes de comedia con mayúsculas.
Dentro de su tradición, algunas escenas son antológicas. Si bien no llegan al nivel de ametralladora de genialidades que era el guión de "El Gran Lebowsky", por ejemplo, es imposible olvidarse de los momentos estelares de Brad Pitt (la llamada, y sobre todo la conversación del coche, además del cierre de su trama), la escena inicial, con toda la parafernalia DePalmiana vuelta del revés, y sobre todo la última escena, auténtica lección de que una traca final puede consistir perfectamente en un simple diálogo entre dos actores en estado de gracia.
Hay peros, claro. No llegamos a saber qué ocurre con dos de los personajes; hay una trama que compete a George Clooney que se muere demasiado pronto; hay cosas que parecen ser partes de algo que se quedó en la sala de montaje (el padre de Malkovich, la escena de su cena de Princeton)... en fin, pequeños detalles que hacen que la peli no sea redonda, sino que le dan un par de flecos sueltos que la relegan fuera del cajón de "Imprescindibles" de los hermanos, lleno a rebosar, dicho sea de paso, con más de la mitad de sus películas, lo cual es un índice de aciertos prácticamente inigualado por nadie hoy día.
En fin, altamente recomendable para fans de los Coen, y de la comedia en general. Es mucho más digerible que su anterior trabajo, y sobre todo es muy, muy divertida. Y violenta en un par de momentos, lo cual demuestra que la comedia en colores vivos y con algo de sangre es, siempre, mucho mejor.
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