Hace 10 años, una película se plantaba en el mundo para darle una patada en el culo al siglo XX. Fue una apuesta arriesgada, incomprensiblemente financiada por una major (La Fox) que ahora es sinónimo de mierda seca constante, y casi a punto de ser guardada en una lata después del primer visionado. Por suerte, alguien tuvo los huevos necesarios para enseñarla, lo cual no tiene nada de despreciable habida cuenta que es una cinta de 60 millones de dólares cuyo plano final es un insolente plano detalle de una polla enorme.
No, no era Matrix, obviamente. la peli que dio paso al siglo XXI fue El Club De La Lucha.
Después de cascarse la única peli de psicópatas que le llega a la suela del zapato a "El Silencio de los corderos" con "Seven", David Fincher se hizo la picha un lío con "The Game", un guión de Brancato y Ferris (Terminator 3... ¿estos tíos aún no están en la cárcel?) en el que Michael Douglas (perfecto, elegante, ambiguo... en su línea) parecía estar en una historia ultramisteriosa, pero cuyo único enigma era cómo de gilipollas pensaban que éramos los espectadores. El mejor director de publicidad que ha existido jamás necesitaba un proyecto en el que poner corazón, no un thriller al uso en el que dar rienda suelta sin sentido a su incomparable sentido visual.
Y leyó a Chuck Palahniuk. Muy bien tampoco está, el tal Fincher. Dice que leyendo la novela se asustó porque pensaba que le estaban sorbiendo los pensamientos, y decidió hacer la peli; costara lo que costase.
Fueron 60 millones. Para hacernos una idea, vale decir que por aquella época Lucas estaba planeando hacer el Episodio I, que finalmente costó unos 65. Vamos, que para ser una peli en la que vemos cómo a un tipo le queman la mano con lejía no era un mal presupuesto. ¿Dónde se fue la pasta? Viendo la peli, está bastante claro: en hacer historia. Nunca antes nadie había hecho nada parecido. Se suele saludar a Matrix como la polla en vinagre de los fx de fin de siglo, pero John Gaeta se echa a llorar cada vez que ve los créditos de Fight Club, porque son, simplemente, una patada en los huevos a todo el bullet time del mundo:
David Fincher es un director de cine a la manera que lo son Ridley Scott, Steven Spielberg, Stanley Kubrick o James Cameron: cineastas totales, la fuerza de cuyas obras radica en que son películas, y no pueden disociarse en un buen guión, con buenos actores, o con una buena música. Son gente que entiende el cine no como la forma de narrar en imágenes lo que ya está en un guión, sino como la forma final de algo que no existe antes. Por éso Alien, leída como relato, es pura serie B, o Terminator sólo hay una (bueno, dos), o Seven no sería lo que es si Fincher no la hubiera dirigido. Lo mismo pasa con el Club de la Lucha. Pocas veces se ha visto un compromiso de un director tan obsesionado con encontrar la forma justa de explicar algo más allá de la dramatización en imágenes. Y para éso necesitaba un arsenal visual que, aunque a algunos les parezca "otra mierda videoclipera" (normalmente, a los que no ven videoclips), es inherente al cine.
Para retratar la extraña historia del Narrador, asistimos a un despliegue de efectos que suele dejarse para la ciencia ficción o la fantasía: cartelería en pantalla, relentizados, imágenes subliminales, capas de sonido (en lo que Fincher es un MAESTRO, ver Zodiac para más señas), y más y más cosas que condenan a la cinta a una posible jubilación anticipada que, 10 años después, aún no le ha llegado. Los Osos de la coca-cola de La Brújula Dorada ya están viejos, pero ésto, no:
Es un jodío tracker de la cara de Brad Pitt. Pero aún funciona.
Hace 10 años, Tyler Durden nos dijo que lo que poseemos acabará por poseernos. Escuchadas hoy, esas palabras no hacen sino confirmar que El Club de La Lucha, pese a lo exagerado de su desarrollo, se quedó corta en algunos aspectos.
Si algún día me lo permiten, la pondré en un cine fórum, en el que haya mucho café y mucho tiempo para discutir.
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