3.6.08

El Puto Perro del Hortelano

Me han mandado callar muchas veces en mi vida. Mis padres, mis profes, mis parejas, mis amigos... Es normal porque hablo mucho, y claro, a veces taladro, y otras veces digo más de lo que debería. Con el tiempo he aprendido a apretar los dientes, tomarme unos segundos para resumir mis ideas, controlar el temblor de mis manos y mi voz y, más o menos, decir, sereno, lo que creo que debo decir. De mi preciosa y cada vez más imprescidndible novia he aprendido a huir de éso sin necesidad de ser borde: escoger cuándo tu participación en una conversación es necesariamente pasiva y limitada a responder si te aluden o preguntan. Se llama escuchar.

Sin embargo, últimamente ni éso me sirve. Hoy día está muy mal visto que la gente diga cosas. No que hable, no, que diga cosas. Hay que soltar estupideces, lugares comunes, contar una y otra vez las mismas vivencias mínimas. Y si se te ocurre decir algo, en vez de hablar sin más, estás hablando demasiado. Sobre todo en según qué ambientes. Por éso como último (y difícil, en mi caso) recurso opto por el silencio.

La última vez que se me ocurrió decir algo me llamaron mentiroso. No me dijeron cuál era la mentira ni por qué me insultaban delante de desconocidos con impunidad total; mi error fue decir algo en lugar de hablar. Y desde entonces opté por el silencio, y me va más o menos bien. Con lo que casco en casa, decir lo imprescindible en según qué sitios no me va a matar.

Pero ¡ay!, me olvidaba del Perro del Hortelano. El que ni come ni deja comer. El que no quiere que digas nada pero le molesta que no hables. El que sólo te habla cuando quiere algo de tí, y luego, cuando hablas con alguien, ni siquiera te mira a la cara.

En realidad, lo que ocurre es que hay gente que sí necesita que digas cosas. Lo necesitan para poder desmontarlas. Es un caso clínico de desubicación: soy incómodo. No por mi actitud, ni por lo que digo, ni siquiera por lo que hago. Soy incómodo y ya está; por existir. Y cualquier cosa que tenga que ver conmigo es incómoda: que hable, que diga, que me calle, que haga, que no haga o que respire.

Ante ésa enfermedad extraña no puedo hacer nada. Es como enfadarse porque los pedos huelen mal: hay que aguantarse. El día que aprenda a fundirme y a hacer lo que hago sin tener que aparecer por el sótano, juro que lo haré. Pero mientras, vas a tener que aceptarme, aunque sólo estés obligado a los "buenos días" para el cuello de la camisa y poca cosa más. Yo me aparto todo lo que puedo, pero el pasillo es estrecho: sólo te pido, por favor, que no me pises más.

3 comentarios:

  1. Anónimo21:05

    ànims, no ets incòmode i si ho ets per un "personajillo" en concret... que el bombin!

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  2. Anónimo09:23

    Nada debería hacerte sentir así, los que te conocemos sabemos que no eres un mentiroso, ni ninguna de las cosas que pueda opinar ese trozo de carne con ojos....
    Sé que es difícil, pero pasa de esos rollos. Afortunadamente fuera del trabajo tu vida es muy rica, llena de estímulos y alicientes. Tienes un montón de aspiraciones y puedes hacer lo que quieras porque tienes el talento.
    :) Muas!

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  3. Anónimo09:23

    Nada debería hacerte sentir así, los que te conocemos sabemos que no eres un mentiroso, ni ninguna de las cosas que pueda opinar ese trozo de carne con ojos....
    Sé que es difícil, pero pasa de esos rollos. Afortunadamente fuera del trabajo tu vida es muy rica, llena de estímulos y alicientes. Tienes un montón de aspiraciones y puedes hacer lo que quieras porque tienes el talento.
    :) Muas!

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